sábado, 11 de febrero de 2012

El Exilio Italiano, Parte III: Ana Notaras y la Comunidad Griega de Venecia.

Nota: Al igual que los otros capítulos del presente análisis, va dedicado a Guilhem W. Martín y familia (Suny, Juli y Octy), y Antonio Moreno Ruiz. Esperando sea un digno homenaje a tan amena compañía.

"Inhumano perro mestizo, diestro en la zalamería y el engaño! Poseías toda esta riqueza ¿y se la negaste a tu señor el emperador y a la Ciudad, tu patria? Y ahora, con todas tus intrigas e inmensa perfidia que has tejido desde la juventud, tratas de engañarme y evadir el destino que merecéis. Dime, impío varón, ¿quién ha otorgado la posesión de ésta Ciudad y de tu tesoro a mí?"

- Mehmed II "El Conquistador" a Lucas Notaras, último Gran Duque de Bizancio, de acuerdo al Pseudo-Sfrantzés.


Quizá jamás sabremos el porqué Macario Melisurgo-Meliseno, el Pseudo-Sfrantzés, nos muestra la imagen de Lucas Notaras como el traidor por cuya ambición de gloria bajo el naciente Imperio Otomano, decidió traicionar a Constantino XI Paleólogo y negarle parte de sus riquezas en su hora más oscura. No podemos comprobar la veracidad de los hechos relatados por el Pseudo-Sfrantzés, en tanto que escribía aproximadamente 100 años despúes de la muerte de Notaras, y tenemos antecedentes de su carrera como falsificador de crisóbulas a favor de Monembasía, ciudad peloponesíaca de donde era obispo.

"Primero el turbante turco a la mitra papal!" fue la frase con la que el cronista Ducas inmortalizó la figura de Lucas Notaras, recogida más adelante en la famosa obra de Steven Runciman La Caída de Constantinopla, que si bien narra de forma fenomenal la historia del sitio de la Ciudad por los turcos, confía en exceso en la información brindada por el Pseudo-Sfrantzés, dando incluso argumentos no sustentados como que Jorge Sfrantzés narra en su Chronicon Minus o Memorias el asedio de la Ciudad, cuando apenas le dedica unos párrafos en aquella breve crónica que asemeja a un diario o bitácora. Además, es dable señalar que muchos aspectos del asedio no son factibles al 100%, y que el mismísimo Runciman tenía en cierta forma desconocimiento de la topografía de las arcanas Murallas Teodosianas.

Sin embargo, el punto principal del presente artículo infiere la figura de la última noble bizantina en erigirse como uno de los pilares de la vieja tradición bizantina. Su nombre era Ana Notaras Paleologina, y era hija del Gran Duque.

Pese a lo narrado por Ducas, de lo cual inferimos un radical elemento anti-latino en la política de Lucas Notaras, investigaciones modernas han comenzado a cuestionar los argumentos del cronista respecto al Gran Duque, mostrando como prueba fehaciente del pro-latinismo de Notaras el hecho que era reconocido como ciudadano por las Repúblicas de Génova y Venecia, y fue a ésta última ciudad adonde sus tesoros más preciados, sus hijas Ana, Teodora, y Eufrósine, fueron a parar antes del 1453.

Antes del mes de abril del año 1453, un barco zarpó de la Propóntide rumbo a Venecia, capital de la poderosa República de San Marcos, conocida comúnmente como "La Reina del Mar." En ella iban numerosos nobles bizantinos, en especial la hija mayor del Gran Duque del emperador Constantino XI Paleólogo, Ana Notaras Paleologina. Su madre, al parecer, era una dama emparentada con la familia imperial, mientras que su padre era el segundo hombre del Imperio Bizantino, así como uno de los más ricos, y cuya familia era oriunda del Peloponeso.

En Venecia se asentarían las damas de la familia Notaras, siendo respetadas y reverenciadas por la comunidad griega de la ciudad, la más grande del mundo para ese entonces y hasta nuestros días. Ana Notaras fue sin dudas una mujer de inteligencia y gran temple, puesto que prácticamente cayó en sus manos la representación de la comunidad de exiliados bizantinos que llegaron a la capital de la Serenísima para ese entonces. Además, era la ciudadana más eminente del lugar.

En Venecia, desde antes del 1200 habitaban griegos, al parecer descendientes de aquellos que vivían en la región desde los tiempos de Teodoro Ipato, último gobernador bizantino de la ciudad. Además, tras el año 1204, cuando Venecia se hizo con la posesión de muchísimas islas del Egeo y los puertos de Bizancio, el elemento griego abundaba en sus recién adquiridas posesiones y tuvieron que convivir con ellos, llegando en ciertas ocasiones a choques por intereses -como es el caso de Alejo Kallergis en Creta, cuya rebelión quiso aprovechar el emperador Andrónico II de Bizancio (1282-1328) para recuperar la isla para el imperio -que fueron lidiados con la típica diplomacia que caracterizaba a los astutos venecianos.

Fue en Venecia donde Ana recibió la noticia de la ruina de su familia y la caída del Imperio. Su padre, Lucas, fue ejecutado por orden de Mehmed II junto a su cuñado Cantacuzeno y el padre de éste, Andrónico Paleólogo Cantacuzeno, último Gran Doméstico de Bizancio, y al protostrátor Cantacuzeno, hijo del mesazón. Decapitados 5 días después de la toma de la Ciudad, sus cabezas rodaron por el pilar de Arcadio, y cualquier esperanza de supervivencia que guardaran se esfumó bajo el acero de las alfanjes turcas. Lucas Notaras prefirió la muerte a entregar a su pequeño hijo al Sultán, la última humillación para los vencidos Romanos de Oriente.

Jacob (llamado también Isaac) Notaras, el hermano pequeño de Ana, de 14 años de edad y cuya atractiva apariencia inflamó los deseos pederastras de Mehmed II, fue forzado a ver la muerte de su padre, cuñado, y parientes, y posteriormente fue llevado al harén, donde el Sultán concretó su repugnante deseo, y en donde el infeliz joven padeció todo tipo de humillaciones hasta el año 1460, donde pudo escapar rumbo del Seraglio rumbo a Venecia, donde entre lágrimas fue recibido por sus hermanas y sobrina, la hija de Cantacuzeno. Allí se hizo comerciante, se casó, y es mencionado en el testamento de Ana Notaras, preservado en el Archivo Griego del Instituto Helénico de Venecia.

La madre de Ana, aquella dama emparentada con los Paleólogos, fue llevada en cadenas a Adrianópolis, pese a estar gravemente enferma, y falleció en el camino...

En Venecia, Ana se hizo mecenas de muchos compatriotas que acudían a ella buscando refugio y apoyo, como es el caso de Franculio Servópulo, antiguo embajador de Demetrio Paleólogo, déspota de la Morea, al igual que Juan Plusiadeno, futuro obispo de Monembasía. En Venecia, Ana se rehusó a acudir a las iglesias de la ciudad, arguyendo que no entendía el idioma latín y con el apoyo de Besarión, el cardenal griego, obtuvo permiso para que en su hogar pudieran celebrarse misas de acuerdo al rito Oriental.

La hija del Gran Duque jamás aceptó el Catolicisimo Romano, que la familia imperial de los Paleólogos si acogió apenas se refugió en Roma en el 1461, con la llegada del déspota Tomás y las reliquias de San Andrés. Asimismo, en el 1472, Ana Notaras trató de establecer una fuerte comunidad griega en Toscana, alrededor del castillo de Montauto (foto central), donde los griegos podrían vivir según sus costumbres y autogobernarse, siendo a la muerte de Ana transferido el gobierno a algún príncipe italiano. En el 1474, cuando todo iba viento en popa, y Ana y sus emisarios eran reconocidos ciudadanos de Siena, el acuerdo se quebró por razones desconocidas, y fue entonces donde Ana escogió como su última morada la ciudad de Venecia.

Allí se conglomeró la fuerte colonia griega, bajo su guía. Con ella había traído sagrados íconos de Constantinopla, que hoy forman parte del Tesoro de la Comunidad Griega de Venecia y de la Iglesia de San Giorgio dei Greci. Ana siempre consideró que la Ortodoxia debía ser preservada como el lazo de unión entre los griegos por encima de la cultura, en tanto que los mantendría unidos y conscientes de su herencia bizantina en una tierra extranjera.


Armadores griegos como Teodoro Bassano y miembros de la familia Palopano (como Jorge Palopano) se harían famosos, y lograrían grandes logros tecnológicos para los astilleros de la Serenísima. Otros, como el sabio Nicolás Secundino (o Saguntino) harían carrera diplomática y al servicio de la República, llegando a ocupar altos puestos. En la Creta Veneciana numerosos nobles y ciudadanos constantinopolitanos hallarían refugio tras la caída, en especial de la estirpe de los Paleólogos. En las demás posesiones griegas de Venecia, artistas, filósofos, armadores, médicos, etc. surgirían como la espuma del mar, y llegarían a encontrar la fama dentro de los límites de la República como fuera, como es el caso de Doménico Teotocópulo, alias "El Greco," quien pintó para Felipe II amplias representaciones en el Escorial.

Así pues, el legado bizantino se preservó en Venecia, en especial gracias al rol decisivo que le dio Ana Notaras Paleologina, quien aparte de buscar preservar la independencia (en sentido figurado) política de su pueblo, aunque sin éxito, llegó a conservar de forma concreta los lazos de unión y la estabilidad de la Comunidad Griega de Venecia, que hasta nuestros días figura como la más grande del mundo, y que heredó de la hija de Lucas Notaras amplios manuscritos y las primeras impresiones en griego, obra de sus colaboradores Zacarías Kallergis y Nicolás Vlastos. Asimismo, en el concilio de Siena (1474) se reconoció a Ana como la esposa de Constantino XI Paleólogo, llegando a llamarla Imperatrix, aunque dicho enlace jamás ha podido probarse, y en concordancia con lo narrado por Jorge Sfrantzés, era imposible dado el compromiso del emperador con la hija del rey de Georgia.

Ana Notaras llegó a vivir casi 100 años, falleciendo en el 1507, antes de que culminara la primera década del siglo XVI. Su inmensa fortuna, la fortuna que inteligentemente manejaron sus ancestros y que Lucas Notaras mandó a Occidente, quedó en manos de sus sucesores testamentarios. Era tan grande que de acuerdo al cronista Calcóndilas, antes de su ejecución, un hijo de Lucas Notaras le rogó a su padre que mandara a traer su fortuna de Italia y dársela al Sultán a cambio de sus vidas, a lo que el Gran Duque respondió de forma negativa, arguyendo a su hijo que mantuviera la templanza en su hora final, pues sino el deshonor sería eterno.

Después del 1460, Eudocia Cantacuzena Notaras, hija de Cantacuzeno y sobrina de Ana, y quien junto a ella había huido antes del 1453, se casó con el stradioti Mateo Spandunis, o Spandugino, unión de la cual nació Teodoro Spandugino, a quien debemos una de las primeras crónicas sobre la historia de los Sultanes Otomanos. Pero esa ya es otra historia...


viernes, 3 de febrero de 2012

El Exilio Italiano, Parte II: Los Últimos Paleólogos

Nota: El siguiente artículo también va dedicado a Guilhem W. Martín, y también al gran Antonio Moreno Ruiz, cuyo poema "Soldado bizantino" dejó una gran impresión entre nosotros.


"El sábado pásado, que era el sétimo del presente mes, vino el déspota de la Morea. Ciertamente es un hombre apuesto con una fina y seria apariencia y un noble y señorial porte. Debe tener alrededor de cincuenta y seis años. Vestía un caftan de negro camelote con un sombrero de algo parecido a cuero blanco forrado en negro, aterciopelado raso con una banda a su alrededor. Entendí que tenía setenta caballos y muchos a pie, siendo todos los caballos prestados, salvo tres que le pertenecían."


- Descripción de Tomás Paleólogo, por el embajador de Mantua en Roma, 7 de marzo del 1461.


La llegada de Tomás Paleólogo a Roma, huyendo del sultán Mehmed II tras la caída de la Morea en el 1460, fue vista como la llegada del legítimo heredero de Bizancio. Su hermano Demetrio Paleólogo, el co-déspota de la Morea con Tomás, quien gobernaba desde Mistra, se rindió sin condiciones al soberano otomano, entregando a su hija Helena y a su mujer Teodora Asenina al harén del sultán, a cambio de ser respetada su vida y sus propiedades.


Tomás, sin embargo, de tendencias pro-Latinas y con la esperanza de lograr con ayuda del Papa una cruzada que librara la Morea de los Turcos, a quienes su general Constantino Paleólogo Gretzas de Salménico había derrotado en la mencionada fortaleza en el 1460/1, fue llevando consigo a Corfú por Porto Longo a su familia y las reliquias de San Andrés, patrón de la Iglesia Ortodoxa, las cuales se hallaban en la urbe de Patras, su capital en la Morea.


Con Tomás fueron sus hijos Andrés, Manuel, y Zoe, y también su esposa Catalina Asenina Zaccaría, hija de Centurione Asén Zaccaría II, último príncipe latino de Acaya por voluntad de Ladislao d'Anjou-Durazzo, rey de Nápoles. La hija mayor de Tomás y Catalina, Helena, estaba casada desde el 1446 con Lázaro Brankovic, déspota de Serbia, por voluntad de su tío y entonces emperador Juan VIII Paleólogo (1425-1448).


Catalina fallecería, sin embargo, en Corfú de peste, según Sfranzés, y allí permanecerían los hijos de Tomás mientras éste marchaba a Roma a encontrarse con el romano pontífice Pío II, quien le recibió con los brazos abiertos y le otorgó una residencia en el Hospital del Santo Espíritu en Sassia, concediéndole además una pensión mensual.


La figura de Tomás ha sido vista por muchos como la de un príncipe decadente, cuya enemistad con su hermano arruinó cualquier posible resistencia que pudiera darse en la Morea contra el empuje otomano. Sin embargo, Tomás Paleólogo distaba de ser así. Era un hombre consciente de su rol como último miembro digno de su familia. El prefirió el exilio y una suerte de existencia errante a entregar a su mujer e hijos al harén del pérfido Sultán. Asimismo, incitó a quienes huyeron junto a él de ayudar a sus compatriotas en el exilio, siendo el mayor exponente de aquello el Cardenal Besarión.


Tomás falleció en el año 1465, sin haber podido concretar sus deseos de asegurar una expedición que liberara la Morea y Constantinopla de los Turcos Otomanos. En vida el Sultán Mehmed II le ofreció el oro y el moro para que acudiera a su presencia y así prometía perdonarle y otorgarle un lugar de honor en su corte, cosa que el déspota y porfirogénito se rehusó a hacer, conociendo la típica crueldad de Mehmed para quienes quedaban de la flor y nata del antiguo imperio de Bizancio, como fue el caso del Gran Duque Lucas Notaras, ejecutado en el 1453 y cuyo hijo menor fue enviado al harén del Sultán, y logró huir de aquel antro de humillación en el 1461, reuniéndose con su hermana Ana en Venecia.




Podemos atribuir la falta de éxito de Tomás a las Repúblicas y Estados de Occidente, que fueron indiferentes a sus súplicas como lo fueron con su hermano Constantino XI en el 1453. En Ragusa, la república, habiendo logrado la paz con el Sultán, ordenó a todos sus barcos nunca aceptar a ningún embajador de Tomás ni al mismísimo déspota, alegando que resultaría problemático. Asimismo, Venecia se rehusó a darle todo su apoyo, llegando a aludir que podría convertirse en un símbolo de "nacionalismo" para todos los griegos, incluso aquellos que vivían bajo la égida de la República de San Marcos.


El hijo y sucesor de Tomás fue Andrés, a quien todo el mundo reconoció como el legítimo Imperator Constantinopolitanum de jure y Despota della Morea, título que usó con mayor frecuencia. Su vida ha sido siempre vista como la del monarca desdichado, pero también como la de un príncipe indigno a la prosapia de legendarias figuras a la perteneció. Como Jonathan Harris señala en su magnífico libro Greek Emigrés in the West, y en su artículo "A Worthless Prince? Andreas Palaeologus in Rome, 1465-1502, es una acusación falsa y que dista de la realidad en muchos aspectos.


A los 12 años llegó Andrés Paleólogo a Roma, en el año 1465, justo después de la muerte de su padre en dicha urbe. Fue criado por el cardenal Besarión, quien hasta sús últimos días trató de conseguir la restitución del Imperio o al menos parte de éste, cosa que no logró y que le valió el maltrato del pedante rey francés Luis XI, quien según cuenta la leyenda tiró ofensivamente de las barbas del venerable cardenal griego. En el 1472, Besarión fallecía en Ravena.


En el 1472, Zoe, hermana de Andrés, fue desposada con el príncipe de Moscú Iván III, en un intento del Papa Pablo II de convertir al Catolicismo al núcleo de la futura Rusia. Zoe, sin embargo, no sirvió a los planes del Pontífice, y adoptó el Cristianismo Ortodoxo de su marido, cambiando su nombre a Sofía e instaurando el ceremonial bizantino en la corte rusa. Fue entonces cuando Moscú adquirió el apelativo de "Tercera Roma."


En el 1476, Manuel, hijo menor de Tomás, se marchó de Roma para nunca más volver. Hastiado de la mísera existencia que llevaba como mantenido del Papa, marchó hacia un lugar inesperado: La Sublime Puerta, al Imperio Otomano. Mehmed II le perdonó la vida y le dio rangos y honores, recibiendo a cambio los derechos de Manuel sobre Bizancio. Convertido en oficial de la marina otomana, Manuel tuvo hijos al parecer con una esclava suya, llamados Juan y Andrés. Falleció cómodamente en su residencia constantinopolitana en el 1512.


Andrés, el legítimo Basileus Romaion y heredero del Imperio Bizantino, vivió una mísera existencia en Roma desde el 1481, cuando se le encuentra en apuros financieros de gravedad. En los años 1488-89, de la pensión prometida de 150 ducados mensuales, Andrés recibió menores cantidades, y para el 1492, con la ascensión de Rodrigo Borgia al solio papal como Alejandro VI, se redujo a 50 ducados mensuales. Además, en muchos meses la pensión no era pagada en su totalidad.



También encontramos al joven Paleólogo haciendo las de mercante, con barcos a su disposición que serían en cierta ocasión retenidos por un monarca aragonés, aunque posteriormente liberados. Recibió beneficios, breves, sin embargo, de dicha actividad. Se le atribuye también una conducta extravagante al heredero de Tomás Paleólogo.


El año 1481 fue quizá el último que dio atisbo de esperanza al pobre Andrés. El Papa Sixto IV le concedió 2000 ducados para que iniciase una expedición a Grecia. En el 1481 Mehmed II pereció tras su revés en la isla de Rodas contra los caballeros de San Juan, y en ese mismo año los ejércitos de Ferrante de Aragón, rey de Nápoles, desbarataron la ocupación turca de Otranto. Era pues, el momento perfecto para darle un golpe a los Otomanos.


Sin embargo, las potencias cristianas se mostraron reacias a unirse en dar un golpe decisivo a los infieles, y finalmente la planeada expedición quedó en agua de borrajas. Los sueños de Andrés murieron en el 1481, y en el 1494, tristemente empobrecido, vendió sus derechos a los tronos de Constantinopla, Serbia y Trebizonda, al rey Carlos VIII de Francia. Sin embargo, para el 1502, antes de su fallecimiento, legó sus derechos a las ya citadas coronas a los Reyes Católicos, Fernando de Aragón e Isabel de Castilla. Para sus exequias, su viuda, una mujer a quien los cronistas atribuyen un pésimo carácter, tuvo que pedir ayuda económica al Papado para poder darle cristiana sepultura.


De los hijos de Andrés, poco o nada sabemos, salvo que una María se casó con un noble ruso, y que un posible Constantino Paleólogo, también hijo suyo, sirvió en la Guardia Papal. Además, se menciona a un Fernando Paleólogo, del cual no se tienen mayores noticias.

Con Andrés Paleólogo desapareció el último miembro del linaje y estirpe de los Paleólogos, emperadores de Bizancio desde el 1259 hasta el 1453, y de jure hasta el 1502, año en que el vástago del déspota Tomás, exhaló su último suspiro en la Ciudad Eterna...